Parada y Fonda en «Santalla»

7 Mar

Los que acudan por primera vez a Oscos, una reserva de la Biosfera, encontrarán unos paisajes únicos. “Únicos”, bonita palabra que empleada en plural parece una contradicción, muy polisémica. ¿Qué queremos decir con ella?. Únicos son los centenares de rutas de senderismo, conjuntos etnográficos de gran valor cultural, núcleos urbanos como «Santalla», historia y naturaleza, en un cóctel que en unos pocos kilómetros cuadrados nos transportan por decenas de sensaciones. Es, ahora, el turismo del futuro. Un turismo de calidad, unido a su entorno, que sirve como elemento cohesionador de la economía y la cultura local y que atrae a un visitante concienciado, sostenible, respetuoso y no deprededador con el espacio que visita.

Uno de los mejores ejemplos de este tipo de turismo, y de las instalaciones que vienen aparejadas al mismo es el Meson de La Cerca, en el bello enclave de Santa Eulalia de Oscos. Somos gentes de impulsos, que no impulsiva, y entre todas las ofertas de gastronomia de la zona, que son muchas y variadas, nos decantamos por este restaurante por la autenticidad que respiraba desde que te lo encuentras a la vuelta de un camino en la salida del pueblo. Pese a todo, preguntamos a varios paisanos y todos coincidieron en señalarlo como un lugar de mérito. Así que abrimos el portón que da paso en el muro de piedra que rodea la Taberna y, ¡oh, sorpresa!, nos vimos transportados a un bellísimo patio empedrado, lleno de macetas y rincones musgosos, con un ambiente celta en cada esquina que casi nos tira para atrás del subidón estético. Pero aquello no era el restaurante. Nos habíamos colado, sin quererlo, en la parte privada del caserío que reúne el sitio de comidas.

Rectificamos y acertamos con la taberna, así nos lo dijo un amable señor, armado con un enorme cuchillo que luego se presentó como el cocinero y parrillero. Al verle con ese estoque nos apresuramos a identificarnos como gente de paz y poco dispuestos a la bulla o a la riña. Y él, tras unas risas, nos contó que el machete que portaba no tenía intenciones disuasorias sino que formaba parte del trabajo que, luego supimos, bordaba.
Entramos en el patio, y allí había mesas corridas y gente vocinglera por lo decidimos entrar en uno de los dos amplios comedores interiores. Una gozada para la vista, en ese estilo rural que no es de postal sino auténtico.

El camarero, joven, guapo (según nuestra compañía femenina) y dispuesto, nos trató de lujo, con cercanía y disposición. Le pedimos consejo sobre las cantidades porque, ya lo hemos comentado antes, en Asturias nos fiamos de los camareros, nunca te dicen que pidas de más para aumentar sus ingresos.

El chuletón asturiano y las patatinas, OMG
Y así fueron cayendo una ensalada perfecta con ¡milagro! tomates que sabían a tomate. Después, una gran bacalao “La Cerca” hecho al horno con verduras y lleno de sabor y jugosidad.

Y el remate, uno de los mejores chuletones de nuestra, ya de por sí, chuletonera vida. Perfecto en el punto (churruscado por fuera, tierno y caliente por dentro, con un sabor en la grasa que indicaba buen trato al buey asturiano y miramientos y excelsa maduración de la carne tras la matanza). Y todo acompañado de unas patatas fritas, como deben ser, grasientas y blandas, de la tierra.

No pudimos con el postre y fue una pena. Pero el camarero amable y guapo insistió en que probáramos un licor de la casa y, con los ánimos recompuestos y una sonrisa de satisfacción, nos dispusimos a hacer una ruta senderista que sale de las mismas puertas del restaurante

Deja un comentario